Mi nombre es Coralie, y soy la creadora de la iniciativa  Ulalá en Tenerife, en las Islas Canarias. Esta iniciativa ha nacido para dar respuesta a una serie de observaciones que he realizado no sólo como docente y formadora, sino también como eterna aprendiz (especialmente a través de otra de mis iniciativas, los círculos de aprendizaje en España, que promuevo desde el año 2018 como facilitadora y ponente).

Hay cosas que muchas personas desde hace años intuíamos, y para las cuales los avances de las neurociencias nos están aportando confirmaciones muy valiosas. Sin lugar a dudas, la mayor «revolución» que nos aportan (entre comillas, pues como digo muchas personas ya lo intuíamos) tiene que ver con el papel fundamental que juega la emoción en los procesos de aprendizaje. No es casualidad que esto se revele ahora, pues tanto el conocimiento de las emociones, de la inteligencia, y del inconsciente, probablemente sean los territorios científicos que mayormente veamos crecer en el siglo XXI. Esto se explica gracias al efecto conjugado por una parte de las nuevas tecnologías de la imagen que por fin nos permiten estudiar el cerebro sin tener que realizar biopsias, un hito en la historia de la medicina, y por otra parte los avances en robótica, que nos llevan cada día más a cuestionarnos qué diferencias existen entre un organismo humano, y una máquina.

Tal y como lo explica Francisco Mora, docente, doctor en Medicina y Neurociencia, y catedrático de Fisiología, y quien llegó incluso a proponer una nueva figura, la del neuroeducador, para hacer de nexo entre neucientíficxs y maestrxs: «Nada se aprende bien si no está mediado por la emoción. No se trata de fomentar las emociones en el aula, sino de enseñar con emoción, lo que quiere decir haciendo curioso lo que se enseña. La curiosidad despierta la atención en el que escucha y aprende de forma automática y con ello, es obvio, se aprende mejor. Nada se puede aprender sin una atención despierta, sostenida, consciente. Y nada despierta más la atención que aquello que se hace diferente curioso«.

Desde mi punto de vista, esta información es capital para concebir clases de idiomas, especialmente con niños, y además creo que tenemos la oportunidad de poder combinarla junto a una teoría que ya tiene casi un siglo en la historia de la psicología. Hablo del aprendizaje latente.

Según la teoría del psicólogo estadounidense Edward C. Tolman, el aprendizaje latente consiste en la adquisición del conocimiento de forma inconsciente. Es una forma de adquisición de conocimiento basada en la observación y que no se expresa directamente en una respuesta inmediata. Sólo se hace evidente cuando una persona finalmente tiene un incentivo para mostrarlo. Un ejemplo que se suele utilizar es que muchas personas hemos aprendido a cocinar sin ir nunca a clases de cocina. Aprendimos observando a nuestros mayores. El día que nos mudamos a nuestro primer apartamento y tuvimos que cocinar de manera autónoma, ya conocíamos los gestos básicos: copiamos y reproducimos los gestos observados de manera inconsciente. Esto es un claro ejemplo de aprendizaje latente aplicado al ámbito doméstico.

Obviamente, la práctica es necesaria para alcanzar la fluidez. Por mucho que veamos tutoriales de yoga en youtube, si no practicamos, difícilmente podremos desarrollar un aprendizaje efectivo. Así pues, no pretendo decir que el aprendizaje latente es suficiente, pero sí que se tiene tomar en consideración como proceso primario/fundamental de aprendizaje.

En base a todo esto, la conclusión a la que hemos llegado con Ulalá es que conviene replantearse radicalmente el formato Y LOS OBJETIVOS de las clases de idiomas para niños. Hablemos claro: ningún niño (ni probablemente ningún adolescente) jamás ha aprendido un idioma con una hora de clase a la semana. Personalmente, cuando realmente aprendí a hablar un español efectivo y fluido fue cuando me mudé a España, a pesar de que llevaba años estudiando esa lengua en el colegio, en el instituto e incluso en la universidad preparándome como futura filóloga.

Por lo tanto, ¿cuál puede ser un objetivo mucho más razonable de las clases de idiomas para niños? En Ulalá, lo que pretendemos no es enseñarles un idioma a los niños – y eso sé que puede chocar y a priori parecer poco vendedor – sino que pretendemos que los niños asocien inconscientemente y de manera muy arraigada el francés a emociones positivas cara a su desarollo como futuros estudiantes y adultos responsables. Plantamos una semilla para que, el día de mañana, cuando sean mayores y tengan la posibilidad de tomar decisiones y emprender aprendizajes voluntarios (es decir, modalidades de aprendizaje mucho más eficaces para alcanzar conocimientos fluidos y efectivos), los primeros pasos de su aprendizaje se hayan cuidado con atención. Es importante recordar que la lengua francesa no sólo es un idioma, sino que hablamos de la principal clave de acceso a decenas y decenas de culturas, mercados, hablantes en el mundo, desde Francia, Quebec, Suiza, Benelux, Senegal, hasta un total de 88 países miembros de la francofonía.

En este sentido, me gusta hablar de apertura del corazón y la mente, y de una inestimable inversión a futuro.

Por esas razones, en Ulalá hemos erradicado las «clases» de idiomas para niños. En su lugar, ofrecemos única y exclusivamente talleres lúdicos semanales en francés, en los que realizamos juegos, manualidades, construimos maquetas, cantamos y bailamos, hacemos teatro, vídeos, nos vamos de excursiones de exploración, contamos cuentos, y un sin fin de actitividades participativas que no «enseñan» francés, sino que fomentan su atención, su curiosidad, y su cariño por la lengua francesa hoy, y mañana.

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