Mi nombre es Coralie, y soy la creadora de la iniciativa  Ulalá en Tenerife, en las Islas Canarias.  Ulalá es mi pequeña aula itinerante de francés lengua extranjero (FLE), para niños/as, adolescentes, adultos, profesionales y empresas. Esta iniciativa ha nacido para dar respuesta a una serie de observaciones que he realizado no sólo como docente, formadora y facilitadora, sino también como aprendiz (especialmente a través de otra de mis iniciativas, los círculos de aprendizaje en España, que promuevo desde el año 2018 como ponente).

En este artículo, me gustaría hablar de una práctica original que he introducido en mis aulas: la meditación. Ustedes se preguntarán qué puede aportar la meditación en una clase de idiomas de 60 minutos, y si realmente tenemos tiempo qué perder. Incluso, puede que algunas personas tengan reticencias ante la idea de que una práctica con connotaciones religiosas se practique con niños/as y adolescentes. Por todas estas razones, me ha parecido interesante redactar este artículo.

En realidad, la idea de introducir la meditación en el aula no es una idea nueva y tiene su origen en el movimiento de meditación «mindfulness«, también llamado de atención plena, y que se centra en el momento presente. Popularizada a finales de los años 70 por Jon Kabat-Zinn, investigador de la Facultad de Medicina de la Universidad de Massachusetts, se describe como una versión secularizada de la meditación budista tradicional.

Los niños no se sientan en lotos, no hay incienso, ni cánticos, ni ninguna otra referencia budista. Simplemente se les pide a los niños que se sientan o se tumben en una esterilla, en una colchoneta, en la hierba o en la arena, cierren los ojos, abran las manos (he observado que muchas veces acumulan la tensión en los puños) y respiren con calma, inspirando por la nariz, expirando por la boca, y así seguidamente durante varios minutos.

Lo que queremos es evitar que los niños rumien pensamientos contaminantes que podrían interferir en el aprendizaje. Pensemos que el cerebro humano es el que más tarda en alcanzar la plena madurez, y que durante los primeros años de vida es frágil y especialmente vulnerable al estrés. Los adultos podemos dejar a los niños solos para que se enfrenten a las emociones difíciles (tristeza, miedo, ira, vergüenza), a veces incluso podemos apresurarlos, humillarlos haciendo públicos sus errores o sus malas notas, tirar de ellos por el brazo, amenazarlos o castigarlos, por desconocimiento de lo que ocurre. En esos momentos, el cerebro de los niños se inunda de hormonas del estrés (adrenalina, noradrenalina y cortisol), y los estudios neurocientíficos han demostrado que el estrés frecuente y en dosis elevadas bloquea el aprendizaje.

Nuestra labor, por el contrario, es favorecer el aprendizaje, y no podemos obviar la realidad de la vida cotidiana. Queremos que los niños puedan disfrutar plenamente de su aprendizaje, y que, como hemos explicado en nuestro artículo Neuroeducación, o el final de las «clases» de idiomas para niñxs, asocien el aprendizaje con emociones positivas. Así pues, es importante ayudarlos a reducir el estrés. Tenemos que construir un contexto calmado, que propicie su atención y su concentración.

No es necesario que la meditación dure más de 5 minutos, ya que la capacidad de atención de los niños en realidad es corta. No es necesario hacer nada extravagante, y a continuación, comparto algunos consejos para organizar una sesión en el aula:

  1. Establezca un ritual con los alumnos: en Ulalá ofrecemos clases particulares de 60 minutos de duración, y la meditación es el ritual de tránsito entre el pasillo de espera, y el aula. Sea el modelo que vaya a seguir, manténgalo para crear una rutina: esto les permitirá a los niños apropiarse de la sesión, sentirse cada vez más cómodos, y sacarle el mayor beneficio posible.
  2. Empieza con una señal clara: una campanilla, un automasaje, un ronconcito especial en el aula. En Ulalá, tenemos esterillas de colores, y usamos una lista de músicas relajantes de 5 minutos de duración como ésta.
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  1. Participe en la sesión: esto le permitirá relajarse, y además los niños aprenden por imitación. No se preocupe si no «meditan»; en las primeras sesiones, estarán sorprendidos y suelen observar el entorno, el espacio, aquel juego encima del armario en el que jamás se habían fijado, etc. Esa observación también es relajante para ellos, les permite descubrir mejor el espacio, lo que les ayuda a sentirse más seguros.
  2. Existen varios ejercicios. Personalmente en Ulalá, practicamos sobre todo ejercicios de relajación centrados en la respiración, pero es interesante variar de vez en cuando:
  • La ranita. El ejercicio utiliza la representación mental de una rana (una imagen que permite fijar la concentración mediante la visualización) para que los alumnos se identifiquen con el animal. El objetivo de este ejercicio es que los niños perciban el placer de «no tener nada que hacer», y «quedarse quieto como una rana» con el fin de notar que «cosas» están sucediendo en el interior. El objetivo es tomar conciencia de la propia respiración, de los latidos del corazón o incluso de una parte del cuerpo que no deja de moverse.
  • Atención a la respiración. El ejercicio consiste en concentrarse en su respiración y aprender a reaccionar de forma menos impulsiva a sus sentimientos. Se trata de influir en el propio mundo interior.
  • El botón de pausa. El objetivo de este ejercicio es poner fin a las cavilaciones mentales y a las sensaciones asociadas y consecuentes, como el estrés, la ansiedad o el miedo. Se trata de tomar conciencia del estado «interior» y así ayudar a los niños a aceptar sus sentimientos tal y como son para no reaccionar impulsivamente. De este modo, los niños descubren que no tienen que temer la violencia de las emociones. «Surgen, a veces se estancan, luego pasan».
  • El ejercicio de los espaguetis. Algunos niños no pueden quedarse quietos. Les cuesta sentir los límites y calmarse. El ejercicio enseña a transformar músculos tensos (espaguetis duros) en músculos relajados (espaguetis blandos). Por lo tanto, esta actividad tiene como objetivo liberar la tensión muscular y sentir el bienestar que aporta esta relajación. Cuando los niños se familiaricen con las diferentes señales de su cuerpo (relajación, ansiedad, cansancio, saciedad), notarán más cuando se sientan mal y, por tanto, podrán hacer frente a su malestar más rápidamente.

Poco a poco, vamos notando cómo el ambiente se tranquiliza, cómo el silencio permite prestarle atención a nuestro cuerpo, y al entorno (el canto de unos pájaros, el olor del parquet y las acuarelas, los compañeros, etc..). Nuestros sentidos se despiertan. De hecho, ya pensamos en lo bien que la vamos a pasar hoy en clase de francés. De esta manera, efectuamos una especie de ruptura con el ritmo frenético que nos habitaba hace unos pocos minutos y que podría habernos atrapado, y creamos juntos las condiciones de un lugar y un espacio de aprendizaje privilegiado.

Yo recomiendo terminar la micro sesión compartiendo una impresión, y preguntar cómo se sienten los/as niños/as. Si bien el objetivo es la relajación y la calma, no es poco frecuente que surjan emociones difíciles a medida que se acostumbran a esta rutina. En realidad, a través de la meditación, los niños son capaces de percibir mejor sus emociones e impulsos, y así aprenden a conectar incluso con cosas que les han podido pasar recientemente, tal vez justo antes de entrar en clase, o tal vez hace una semana en casa, en la escuela, y no son agradables. Juntos, aprendemos a prestarles una atención comprensiva a esas emociones perturbadoras y, sobre todo, a no ocultarlas y verbalizarlas. Es necesario ser escuchado y consolado. Estos momentos constituyen una oportunidad de desarrollar habilidades muy útiles para la sociabilización en los niños y adolescentes, como pueden ser la aceptación, la empatía y la compasión. No nos olvidemos que si estamos en clase de lenguas extranjeras, cualquier habilidad relacional que fomente el respeto por «el otro» y el apoyo muto es fundamental, y debe formar parte del aprendizaje.

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